[BOOK|EPUB] Chelovek prekrasnyi.
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No, no había nada de eso todavía no, por lo menos ; sería una buena idea, pensó, estudiar algún día con calma la secuencia de tres o cuatro clases de tiendas para ver si tenía razón al conjeturar que semejante secuencia seguiría su propia ley de composición, de manera que, tras descubrir la composición más frecuente, pudiera deducirse el ciclo medio de las calles de una ciudad determinada, por ejemplo: estanco, farmacia, verdulería. Tras lo cual volvió a su casa con el mismo paso elástico. Dentro del camión yacía un pequeño piano marrón en posición supina, atado para que no pudiera levantarse, y con sus dos suelas de metal en el aire. Cuando trabajaba en este libro, no tenía la habilidad de recrear Berlín y su colonia de expatriados tan radical y despiadadamente como lo he hecho en relación con ciertos ambientes de mi posterior obra narrativa en inglés.
Aquel mundo ya ha desaparecido. Con ojo experimentado buscó en ella algo que pudiera convertirse en una pesadilla cotidiana, una tortura diaria para sus sentidos, pero no parecía haber nada de esto a la vista, y la luz difusa del gris cielo primaveral no sólo no despertaba sospecha alguna sino que incluso prometía suavizar cualquier insignificancia que, a buen seguro, en tiempo más radiante no dejaría de aparecer, y que podía ser cualquier cosa: el color de un edificio, por ejemplo, que inmediatamente provocara un gusto desagradable en la boca, un resto de harina de avena, o incluso de confite; un detalle arquitectónico que llamara ostentosamente la atención cada vez que se pasara por delante; la irritante imitación de una cariátide, un adorno y no un soporte, que incluso bajo un peso más ligero se desmoronaría, convertido en polvo de yeso; o bien, sujeto al tronco de un árbol con una tachuela oxidada, la esquina inútil pero preservada eternamente de un aviso escrito a mano tinta borrosa, perro azul desaparecido que ya no servía de nada pero que no habían arrancado por completo; o un objeto de un escaparate, o un olor que en el último momento se negaba a facilitar un recuerdo que parecía a punto de proclamar a gritos, y permanecía en cambio en su esquina de la calle, un misterio encerrado en sí mismo. La participación de tantas musas rusas en la orquestación de la novela dificulta en gran manera su traducción. Soy el responsable de las versiones de los diversos poemas y fragmentos de poemas diseminados por todo el libro.
Nabokov Vladimir - La Dadiva - Le abrió su patrona y le dijo que le había dejado las llaves en la habitación. Los otros cuatro capítulos los tradujo Michael Scammell.